Crónicas y Reportajes


"FUI POR MADERA Y SALI INCRIMINADO"


Un campesino que ahora se dedica a recargar celulares recuerda la tragedia que comenzó el 3 de marzo del 2009, cuando miembros del Ejército de Colombia dispararon contra él y su primo. Fue acusado de rebelión y de ser informante de la guerrilla y pasó ocho meses en la cárcel. El 26 de noviembre de 2009 pudo comprobar su inocencia y hoy intenta conseguir una indemnización del Estado, como víctima sobreviviente de las ejecuciones extrajudiciales, mal llamadas “falsos positivos”.


“Casi que no cuento el cuento”, afirma Gustavo Buendía*, campesino de los Llanos Orientales, de 35 años de edad, tez morena, padre de un niño de cinco años, al recordar lo que ocurrió el 3 de marzo del 2009. Desde noviembre del año pasado, Gustavo vive con sus padres, su hermana, dos sobrinas y su hijo en una casa esquinera que su familia adquirió con un subsidio del gobierno,  ubicada en Puerto Gaitán, Meta*. Su hermana Marta es madre soltera y trabaja como contadora para mantener a la familia. Los padres de Gustavo abandonaron el campo y se instalaron en la ciudad buscando una vida mejor.


Laura, hija de su hermano Ricardo, hace poco sacó la cédula y comenzó la misma carrera de su tía con un préstamo que le hicieron en la universidad. El hijo de Buendía estudia en un pequeño colegio junto con su prima. Como tienen la misma edad, se la pasan de travesura en travesura. Nos sentamos en el comedor al pie de la puerta principal. Gustavo se muestra interesado en contar su tragedia, aunque le preocupa su seguridad; además, la salida de la cárcel no le garantiza que esté a salvo. Comienza su relato con la mirada abstraída, como evocando cada instante de ese día, 3 de marzo.


Esa mañana, Gustavo emprendió un recorrido hacia una finca aledaña a la de sus padres, donde recogería madera para cercar un terreno. Su primo y amigo Juan Buendía* lo acompañó. Cerca al lugar vive su hermano Ricardo, quien los invitó a almorzar. Con energías recargadas salieron al campo, bajo un sol picante. En el camino, cerca a una humilde casa, se encontraron con un sujeto que parecía bastante preocupado, quien les preguntó si habían visto al Ejército en la zona. Buendía de inmediato sospechó, pero como el hombre estaba vestido de civil, no pudo confirmar si se trataba de un combatiente. Afirma que en la región encontrarse con el Ejército o con la guerrilla es muy común, y que siempre ha preferido quedarse callado cuando le hacen ese tipo de preguntas. Le dijo que no había visto ningún movimiento, que todo había estado tranquilo. Luego salió otro hombre, que indagó a los primos Buendía por las razones que los llevaban allí.


Ataque y acusación


Una llamada alertó a los extraños sobre la presencia del Ejército en la zona: mientras uno de ellos respondía el llamado, el otro observaba con binóculos. Gustavo afirma que más se demoró uno de ellos en contestar que los miembros del Ejército en aparecer. Recibieron la orden de tenderse en el suelo, y así lo hicieron; sin embargo, los otros dos sujetos huyeron del lugar. “Los otros hijuemíchicas ahí cerquitica y no haberlos cogido los tiros y haberse volado… raro", opina Gustavo. Los uniformados dispararon a los campesinos Buendía.


Gustavo recuerda con dolor el suceso en el que murió su primo y él quedó gravemente herido. Mientras permanecía tendido en el suelo, Buendía pensaba en su pequeño hijo, en cada momento de su vida, en lo que hizo y le faltó por hacer. Las imágenes
venían a chorro a su cabeza mientras escuchaba a los uniformados asegurar que quienes les dispararon a él y a su primo fueron los dos hombres que se escaparon, que pertenecían a la guerrilla. Los soldados se acercaron a él y aseveraron que no le habían hecho nada y que iban a prestarle los primeros auxilios. Tras unos minutos de estar tendido —que se le hicieron a Gustavo horas de sufrimiento y agonía—, apareció un alto mando del Ejército, quien ordenó a sus hombres que lo acusaran de rebelión y de ser cooperador e informante de grupos al margen de la ley. “Varias veces me preguntaron sí era zurdo o derecho”, afirma Gustavo, quien interpreta el hecho como la prueba que el Ejército utilizaría para inculparlo; piensa que esa pregunta la hicieron para dejar un arma cerca a uno de los costados de su cuerpo.


Además, le pidieron firmar algunos documentos, pero Gustavo, herido en su mano izquierda, a punto de perderla, se excusó aseverando que no podía firmar porque era zurdo. Recuerda que “el brazo estaba sostenido no más por una telita”. Buendía afirma con tristeza que su primo no corrió con su suerte, aparte de morir instantáneamente en el lugar y ser acusado de guerrillero, a él sí le dejaron un arma al lado de su cuerpo. Antes de sacarlo de la zona y de prestarle ayuda, le pidieron un número telefónico para comunicarse con un familiar. “Ellos me veían tan mal que no creían que pudiera salvarme. Por eso fue que me llevaron al
hospital, para parecer héroes y aparte buenas personas, pero el tiro les salió por la culata”, de esa forma los Buendía vieron a Gustavo tendido en una camilla de un hospital con pocas posibilidades de sobrevivir.


En el primer día que pasó en el hospital le practicaron  dos cirugías, una en el brazo para reconectarlo al cuerpo:“Estaba ya muerto, digamos que estuve de buenas y revivió”, y otra en el abdomen: “Eso me rajaron toda la barriga […], yo no sé qué tanta mano de remiendos me hicieron allá”.


“El siete vidas”


Laura recuerda que la primera en recibir la noticia fue su tía, quien luego de la llamada empezó a llorar desconsolada. No quería comentarles a sus padres el terrible suceso por temor a su reacción, por miedo a que doña Marta sufriera un trastorno. Pero, finalmente,
“la familia se unió, sólo pensábamos en que estuviera vivo, que saliera de ésta. Por eso hicimos todo lo que pudimos”.


En el hospital regional pasó casi 30 días en estado crítico. Recuerda que el médico extranjero que lo atendió lo llamaba “siete vidas”, porque en su situación sobrevivir era un milagro. Además, no elimina de sus recuerdos los rostros de los miembros del Ejército
entrando constantemente a pedirle que firmara documentos, y mucho menos a los funcionarios de la Fiscalía que llegaron a imputarle cargos luego de que sufriera tres paros cardiacos.


Estos últimos aseveraban tener pruebas suficientes para inculparlo, entre ellas el testimonio de un reinsertado que afirmaba haber trabajado con Buendía en la guerrilla, testimonio que
complicaba más su situación. El 30 de marzo, Buendía fue llevado a la cárcel, todavía entubado para respirar, con dolores en todo el cuerpo y con dificultad para moverse. Tuvo que recuperarse a la fuerza durante el tiempo que pasó en la cárcel. Sólo el 26 de noviembre del 2009 pudo demostrar su inocencia por falta de pruebas, y porque la acusación se basaba en el testimonio de un reinsertado que nunca existió, o por lo menos nunca apareció en las audiencias.


Laura describe al personaje como “un NN, no tenía una dirección, no tenía un nombre o una fotografía […] fue el reinsertado quien complicó todo este proceso y eso es lo que a uno le da rabia, que en este país pasen cosas tan injustas. El Ejército hace lo que sea para salir
bien y no le importa hundir a una persona sólo por cuidar su nombre”.


Para Gustavo fueron los días más difíciles de su vida: “Con esa debilidad en la que estaba y con esa comidita que dan allá, mejor dicho. ¡Dios mío, antes no se muere uno!”. Lo evoca todo con algo de impotencia: las peleas en la prisión, el ambiente pesado entre paramilitares, mafiosos y delincuentes comunes: “Se agarran a golpes, a cuchillo, como caiga”, y recuerda
que los integrantes del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec), “le sacaban a uno todas las cositas, se las volvían una nada, dañaban los colchones buscando cuchillos, marihuana, todas esas cosas; eso es tenaz, pero cuando hay visitas ahí sí se portan bien
para mostrar una buena imagen”.


Pero también hizo amigos, compañeros que le ayudaron lavando su ropa, como el evangélico que terminó siendo santo de la devoción de toda la familia Buendía (“es que eso de lavarle los calzoncillos a otro, sólo lo hace una persona que nace con las ganas de servir”); otros, brindándole alimento; otros ofrecían algo que en esa situación suele ser un regalo divino: compañía.


El 27 de noviembre regresó a su casa con imágenes imborrables en su cabeza: “Me veo tirado allá en el suelo, después a mi familia tratando de alentarme, estoy vivo
de milagro, todo eso no se me va a olvidar nunca”. Hoy, Gustavo Buendía piensa demandar al Estado para que lo indemnice. En la situación en la que se encuentra, sus posibilidades laborales son mínimas, y los daños causados a él y a su familia, irreparables. Tiene
un brazo en estado de inmovilidad, secuelas de las perforaciones en su cuerpo que todavía no cicatrizan y cuatro cirugías pendientes que espera costear con lo que reciba de indemnización. Actualmente, no cuenta  con afiliación al Sisbén. Durante el proceso legal que
llevó en su defensa, la familia tuvo que vender sus bienes, pedir préstamos para contratar a cuatro abogados que llevaron en distintos momentos su caso. Y no han podido iniciar el proceso legal de resarcimiento por falta de dinero.


Algunas noches, los momentos dolorosos vuelven a su cabeza y aunque sabe que los culpables de su situación fueron miembros del Ejército Nacional, Buendía perdona y aclara que no todos los uniformados son así, que también conoce de allí gente buena.
Piensa seguir su tratamiento en Bogotá, donde espera iniciar una nueva vida. Tiempo atrás vivió con su esposa y su hijo en el barrio Veinte de Julio, al sur de la ciudad; trabajó en un reconocido centro comercial del norte, así como en la Terminal de Transportes.


Su matrimonio no aguantó las difíciles circunstancias, y Gustavo se separó de la madre de su hijo. Hoy sobrevive con el apoyo económico y psicológico de su familia, trabaja recargando celulares y es consciente de que no puede rendirse, pues su hijo de cinco años lo necesita. Además, al recordar los desaparecidos de Soacha, sabe que corrió con suerte. Fue un fallido “falso positivo”.


Un informe del Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep) del 2009 señala que “entre 2001 y 2009 se han encontrado 501 casos con 1.013 víctimas que en su mayoría habían sido presentados como resultado de acciones en combate. […] La Fiscalía colombiana recordó recientemente que 218 uniformados, entre ellos cinco coroneles, seis mayores, nueve capitanes y 14 tenientes, han sido condenados en casos de falsos positivos y que tiene abiertos más de 1.240 procesos por este tipo de ejecuciones con al menos 2.318 víctimas”. Aladino Ríos, campesino colombiano, es uno de los pocos casos de sobrevivientes de los falsos positivos. El diario The Miami Herald publicó su testimonio y en él cuenta cómo se escapó de los miembros del Batallón Magdalena, con sede en Pitalito (ver http:// www.elnuevoherald.com/2009/06/13/474396/laverdad-escabrosa-de-los-falsos.html).


 *El nombre del protagonista de esta historia y el lugar donde ocurrieron los hechos se cambiaron para proteger su identidad”                                                                                             

artículo completo: Publicación en la revista DIRECTO BOGOTÁ





 
La devoción pagana
de Lourdes
(Texto publicado en la Revista Directo Bogotá)



Ómar Vásquez Ocampo
andres_sovereign@hotmail.com
Twitter: @vasquezomar

En el sector que alberga la mayor
población de la comunidad LGBT-Lesbianas,
gays, bisexuales y personas transgénero- 
en Bogotá, se encuentran Jean
Paul y Blanca Inés Durán. Él, un
gay menor de edad. Ella, la alcaldesa
de Chapinero. Ambos enfrentan el
problema que afecta a la localidad por
la prostitución de menores y de jóvenes,
visible en la plaza de Lourdes justo en el
atrio de la Iglesia e invisible en decenas
de bares que bordean la ilegalidad.

*********************************

La alarma suena temprano porque es viernes, comienzo
de un fin de semana agitado para Jean Paul.
Enciende la radio. La música de la diva del pop Lady
Gaga lo invita a posar frente al espejo, que le rebota
su imagen de fashionista*: abundante gomina,
pantalones entubados, camisa de rayas con un botón
desabrochado que deja ver su pecho lampiño, saco
negro y zapatillas verdes de marca —compradas en un
almacén de Chapinero— y mochila al hombro.

El paisa, radicado en Bogotá desde hace ya varios
años, se destaca entre otros jóvenes que transitan en
las calles abarrotadas del sector por su movimiento
particular de caderas. Jean Paul afirma sentirse siempre
en una gran pasarela donde él es una estrella.

La mañana se va en compras de la ropa que lucirá en
la noche. “¡Hora del almuerzo!”, gritó emocionado
como si estuviera esperando ese momento. El lugar:
un restaurante cercano al Carulla de la 63 con 7ª.
El banquete: fríjoles, arroz y carne, consumidos con
una charla de amigos. El anfitrión: Jean Paul, quien
presenta el plan de acción. Los invitados: tres jóvenes
con cabello largo (uno lo lleva peinado en punta, otro
lo tiene atravesado en la cara de tal forma que sólo
se asoma un ojo y el más joven lo lleva partido a la
mitad). Martín, Jorge y Camilo escuchan atentamente
las instrucciones de Jean Paul.


Nuestra Señora de Lourdes

La iglesia más tradicional de la localidad de Chapinero
es la de Nuestra Señora de Lourdes, fundada en 1875
por el arzobispo Vicente Arbeláez. Elías Portanés,
sacerdote español que lleva allí más de 20 años y en
Colombia medio siglo, afirma que la mayor parte de los
fieles de Lourdes no son habitantes de Chapinero, “los
que vienen son personas que están de paso, que evitan
la hora pico, que esperan a alguien y entran a rezar un
poquito, que esperan el Transmilenio, en fin…”.

El sacerdote afirma que la iglesia de estilo gótico está
en un lugar referencial de Bogotá y que es “uno de
los sectores más inseguros de la ciudad. Hay de todo:
marihuaneros, drogadictos, corruptores de menores y
ladrones, y la Policía no puede hacer mucho”. Añade
que “las leyes son muy permisivas; la Alcaldía no tiene
leyes para actuar, y la iglesia no puede más que señalar
los focos de delincuencia a las autoridades”.

“El tema con estos ‘pelaos’ es que generalmente los
echan de sus casas por ser homosexuales; como la
mayoría no tiene educación superior, terminan en
prostitución o en alguna de las redes de delincuencia
del sector”, dice la alcaldesa de Chapinero, Blanca
Inés Durán.

La cita

Luego de salir de una peluquería del sector, Jean Paul
vuelve a su base de operaciones en Lourdes. En la
iglesia, frente a la inmensa puerta que lo quintuplica
en tamaño, se ubica como quien conoce la movida.
“Aquí llegan muchas y quedan pocas, mi amor”. Aclara
que aunque la proliferación de “acompañantes” en
Lourdes es evidente, hay mecanismos de selección, y
los que llegan tienen que dar parte de sus ganancias
a los otros, “eso cuando no se ganan la mechoniada o
peores cosas”, aclara.


Las riñas por un cliente o por enemistades entre
pequeños grupos de amigos son frecuentes en este
sector; cuando la noche cae se sienten más libres
para golpearse, insultarse, quitarse sus pertenencias
e incluso apuñalearse. Jean Paul casi muere en una
de esas peleas; perdió mucha sangre y sus amigos lo
dejaron tirado en el suelo para no tener problemas con
la Policía. Pasó dos semanas en un hospital y cuando
estuvo mejor volvió, reunió a un grupo de amigos y
juró vengarse de quienes lo atacaron, y así lo hizo.
“Aquí quien la hace la paga”, sentencia Jean Paul con
patético ímpetu.


Jean Paul conoce el negocio. Sus clientes son fijos,
reparte tarjetas con su nombre, teléfono celular y
horario de atención. Chapinero es zona gay, congrega  
a miembros de la comunidad LGBT de todo el país.


“Cuando vienen los ‘cuchos’ buscan peladitos bien
arreglados, ojalá ‘pollitos’ y cuando llegan los nuevos y
son vírgenes, cobran más”.

Ese viernes tiene cita con un hombre vestido de
traje, corbata, zapatos de charol, de unos 50 años; lo
acompaña a una panadería frente a la plaza, conversan,
sonríen, toman un café, no tienen sexo, pero eso
cuesta dinero, el tiempo vale. Por prestar servicios que
van desde besos y compañía hasta sexo puede cobrar
de $30.000 a $100.000.

Cuando este joven termina su jornada, que va de
las cinco de la tarde hasta las ocho o nueve de la
noche, sólo tiene que dar unos pasos para enfrentar
un nuevo reto. “Cuando se acaba, se acaba; tampoco
me voy a quedar toda la noche como otras puticas
que le hacen a borrachos y gente fea. Yo busco nuevos
rumbos, mi amor”.

Algunos de los vendedores de Lourdes se acomodaron
a la realidad de la plaza principal de Chapinero. Miguel
—vendedor de minutos a celular— señala que “hay
maricas, lesbianas, ‘cigarrones’, vendedores de drogas,
hay prostitución de niños, de hombres […], de niñas
no, ¡se mueren de hambre aquí!, este es un sector gay.
En Lourdes está lo peor de Bogotá”.

Los vendedores no sienten la presencia de la Alcaldía
Local, aseveran que nunca ven a funcionarios de programas
sociales en el lugar y que hay indiferencia, no
solo de organismos estatales, sino también de quienes
trabajan allí: “Aquí todos vemos de todo, pero nos
hacemos como si nada, cada uno en lo suyo, trabajamos
y dejamos trabajar; todo aquí es normal, uno que
otro atraco de vez en cuando, uno se acostumbra”, dice
Alfonso Méndez, lustrabotas en la plaza.

Menores de edad entre los 13 y 17 años desfilan en
su propio reinado de pobreza y ambición. Frente
al templo, niños y jóvenes de Chapinero y de otras
localidades compiten por el cabello más liso, el jean
más descaderado, la cola más levantada, la camisa más
llamativa, el contoneo de caderas más provocador,
los músculos más marcados, para subirse a uno de los
lujosos carros que paran y pitan.

Fabiola, vendedora de dulces, conoce los clientes fijos
de estos menores. “Son los ancianos; esos viejitos
llegan por ellos, parecen los papás, por eso pasan desapercibidos,
también vienen a recogerlos oficinistas”.

Al respecto, la alcaldesa de Chapinero explica: “Estamos
haciendo control. Ahora, si preguntas a los vendedores
ambulantes por mí, todos me odian; yo tengo que
hacer control de espacio público y a todos los retiro.
¿Qué dicen los vendedores de Lourdes?: ‘¿Por qué nos
retira a nosotros y no a los homosexuales?’. ¿Yo puedo
retirar a una persona por ser homosexual? ¿Es lo que
me están pidiendo? ¡No lo voy a hacer!… El control lo
hacemos, pero yo no voy a permitir que una persona,

por el hecho de ser homosexual, deje de caminar en
Chapinero”, reitera a los vendedores.

Una noche desaforada

Los nuevos rumbos a los que se refiere Jean Paul
cuando termina su jornada lo llevan al encuentro de
viejas amistades, del beso enérgico con la vendedora
de dulces frente al bar que frecuenta y de su “parche”.
La bandera gay, que tiene como símbolo el arcoíris, se
extiende de par en par. Un pequeño lugar de dos pisos
abre las puertas al joven que aspira la primera dosis
de cocaína de la noche, que lo lleva a disfrutar sin
inhibiciones: “Bailo con más frescura… yo la paso del
carajo cuando me trabo”.

Al parecer, sus planes no están en aquel lugar, así que
ingresa a Leo’s y Dcool —dos populares bares de la localidad—
ubicados en la calle 59 cerca a la carrera 9ª.
En el primero recurre a su documento para ingresar;
en el segundo la bienvenida es con “perico, periquito
del mejor a 7, a 7” (a $7.000 la dosis de cocaína).

Hay que aclarar que Jean Paul tiene solo 17 años. Al
primer bar entró por amistad con el celador del lugar;
al segundo, por la tarjeta de identidad vencida que
obtuvo de un amigo suyo que ya cumplió los 18: “Fue
un regalo en mis 17. Ese es mi pasaporte a la felicidad”.
En Dcool entró sin problemas, bailó con un joven
enérgico que se quitó la camisa y apretó el delgado
cuerpo de Jean Paul.

Y es allí donde se encuentra con Martín, Jorge y Camilo,
listos para la ejecución del plan, con ropa llamativa
y capas de maquillaje. Los dos primeros tienen 16 años
y, el último, 17.

“Orden de cierre definitivo”

La alcaldesa de Chapinero reitera que “cada fin de semana
estamos cerrando entre tres y cuatro establecimientos
por permitir la entrada de menores de edad, pero
¿qué hacen estos establecimientos? Tienen caletas para
guardar a los muchachos; cuando llega la Policía los
esconden en un baño, una bodega, o usan contraseñas
falsas para que ellos se identifiquen o los sacan por un
lugar alterno”. Y anuncia que está la Alcaldía “metiendo
infiltrados para que identifiquen a los menores y cuando
lleguemos no nos tomen el pelo”.

El bar Dcool, al que Jean Paul ingresó, ha sido cerrado
cinco veces. “A ese lugar le estamos haciendo proceso
de orden de cierre definitivo por el reiterado incumplimiento”,
dice la alcaldesa.

Ejecución del plan

Los invitados y el anfitrión, cervezas en mano, bailan
en círculo. Shakira, Beyoncé, Madonna y en especial
Lady Gaga incitan a Jean Paul a desaforarse; su baile
despierta la atención de Néstor, un hombre mayor,
quien más tarde lo invita a sentarse a su lado y tomar
de su whisky; pronto se acercan los invitados, todos
beben de la botella de Néstor.

Cambio de género. Una salsa clásica separa a Néstor de
su puesto; lleva a Jean Paul a la pista, allí el hombre
le propone al joven casarse con él y le ofrece mucho
dinero para complacer sus gustos. Es el momento;
ahora o nunca: los invitados saben qué hacer, un poco
de droga en la bebida de su víctima y listo. “Lo necesario
para dormirlo, para que no nos moleste mientras
nosotros hacemos lo que tenemos que hacer”, señala
Jean Paul.

Pronto la música a gran volumen, el baile y el ruido se
transforman en silencio. Un motel frente a Teathron
—la discoteca gay más grande de Colombia— es el lugar
elegido. “Toca quitarle todo, no se le deja nada de
valor, sólo para el taxi; desocupamos su cajero, todo lo
hacemos con cuidado; pero este traía joyitas y efectivo,
con eso nos conformamos, no somos tan ambiciosas”,
asegura Jean Paul con picardía.

Al salir de allí van a la casa de Martín, llevan las
cosas, hacen una especie de inventario de lo robado y
vuelven a los bares. “¿Qué si la noche se acaba? Para
nosotras no, mi amor, es el momento de celebrar, a
gastar se dijo…”. A las tres y media de la madrugada
ingresan a un amanecedero-bar ubicado en la calle de
los mariachis, la 57.

Frente al “amanecedero” de la calle de los mariachis
se ubica una patrulla de la Policía todos los viernes,
porque pese a que el establecimiento tiene orden de
cierre definitivo, lo siguen abriendo. “En este momento
estamos contratando gente para que entre a los
sitios y esté hasta las tres de la mañana, a ver quién
se queda funcionando después del horario permitido;
seguramente vamos a tener gente rumbeando y de un
momento a otro dicen: ‘Señores, somos de la Alcaldía,
vamos a tener un cierre’”, dice Durán con respecto a
los establecimientos que burlan las leyes.

Sin embargo, la funcionaria considera que hay un
mercado de rumba a esa hora, y que ella preferiría
—si estuviera en su poder— poner a funcionar bares
y discotecas que prestaran un servicio efectivo, sin
esconderse, sin poner en peligro la vida de sus clientes
en vez de provocar lo que hoy está logrando. “Es
preferible que se metan en un establecimiento que los
cuide y responda por ellos”.

“Tenemos control total…”

Carrera 7ª con calle 60, muy cerca de lo que se conoce
como el Gayhills —en la esquina de la Casa del Tango—,
el otrora parque de los hippies alberga a ebrios y
drogados que siguen tomando allí después de las tres
de la mañana, cuando termina la rumba en los bares.
El alcohol viene con ellos desde la casa o lo compran
en licoreras o en el ´Gayrulla’ de la calle 63, como
es conocido el hipermercado que funciona 24 horas,
donde algunos amanecen.

En Chapinero no solo la prostitución de jóvenes se
ubica en la plaza de Lourdes. En la esquina que conduce
al bar La Oficina, cinco o seis jóvenes exhiben
sus cuerpos, esperan un carro o un transeúnte que
les pare. El mercado parece moverse, se quedan hasta
altas horas de la madrugada. Más abajo, en la avenida
Caracas, dos travestis abren su gabardina para dejar
ver su ropa interior de encaje y las botas que les llegan
hasta las rodillas.

“En Chapinero tenemos control total de la prostitución
de travestis”, afirma la alcaldesa. Sobre la bebida en
la calle asegura que tienen un grupo de personas
que controlan el uso de licor en el espacio público y
va acompañado de la Policía. A los infractores se les
desocupan las botellas, se les pone un comparendo y
se les impone un curso cívico; la segunda vez tienen
una multa de $900.000.

“Hemos identificado que el 60% de las riñas se producen
por personas que están tomando en la calle; el otro
40% son riñas que ocurren después de las tres de la
mañana, se pelean por el taxi o porque miró la novia,
luego de salir de los bares. El grupo de gestores de la
Alcaldía y la Policía observa que no se presenten este
tipo de situaciones”, enfatiza la alcaldesa para demostrar
que tienen todo bajo control.

Andrés Lizarralde, coordinador de seguridad de la
Alcaldía Local, recuerda que en Chapinero hay de 70 a
75 establecimientos LGBT, entre los que se encuentran
bares, discotecas, restaurantes, whiskerías. Responde
a las acusaciones que le hacen a Blanca Inés Durán
aseverando que “todo es un asunto de percepciones;
las personas creen que porque la alcaldesa es lesbiana
les da privilegios a los homosexuales”.

Tras reiterar la consigna de la diversidad de la localidad,
Lizarralde continúa: “Desde el 2007 se firmó un
acuerdo con los bares, se articularon dispositivos de
seguridad, se recogieron basuras, se puso más luz en el
sector y ellos debían tener las garantías para funcionar
[…]. También hemos tenido campañas como ‘Y tú,
¿con quién vas?’, donde se promovía la prevención de
los trabajadores sexuales. Hay muchas personas que no
entienden aún que hay opciones diversas y que tienen
los mismos derechos. Nosotros no somos permisivos, incluso
somos más incisivos con el sector LGBT. Yo puedo
demostrar con cifras que Chapinero no es tan insegura
como parece; sin embargo, la gente sigue creyendo que
es muy insegura”.

Sobre este particular, Blanca Inés Durán presenta
cifras sobre el descenso de homicidios registrados en
2009, que llegó a 15 víctimas en un año, y ningún
caso estuvo relacionado con la comunidad LGBT. En los
primeros meses de 2010 la cifra fue de 18 personas.
Con los acuerdos que se han hecho con los bares, la
presencia de menores allí se ha reducido, aunque Lizarralde
admite que algunos incumplen la norma.

Los menores que encuentran robando o en un establecimiento
de rumba gay son conducidos a la Unidad Permanente
de Justicia (UPJ), pero ellos, en su desesperación,
prefieren cortarse las manos o causarse cualquier
daño físico antes que ser llevados a la institución.

La alcaldesa aclara que los recursos son limitados para
cubrir los distintos frentes: “Los habitantes de Chapinero,
según el DANE, son 135.000, a quienes se destinan
los recursos, pero la prioridad es para quienes tienen
necesidades básicas insatisfechas o están en situación de
pobreza, y Chapinero solo tiene un 17% de personas en
esa situación. Nosotros recibimos diariamente 1.500.000
personas que vienen de afuera, población flotante que
también genera problemas, pero no podemos atenderlos,
esa es la descompensación que vivimos”.

Jean Paul sabe que su actitud no es la mejor, y conoce
el plan de Alcaldía para apoyar a los menores en
prostitución. Con la Secretaría de Integración Social
se hace un acercamiento a estos jóvenes. “Proximidad,
proceso de confianza, algunos ingresan a programas
como Misión Bogotá, a estudios de validación o a un
colegio distrital y reciben atención psicosocial”, así lo
define Durán.

La gestión de Blanca Inés Durán —quien en 2010 se
casó con la antropóloga Catalina Villa, vestidas de
blanco y en medio de un ritual celta, en la notaria 28
de Chapinero gracias a la ley 54 de 1990 que les da
derechos patrimoniales a los homosexuales— ha sido
calificada como una de las mejores de Bogotá, y ella
dice que si la van a atacar, lo hagan con cifras, no
con prejuicios: “No tengo la culpa de que la gente le
interese más mi vida íntima”.

*Fashionista: seguidor de la moda






Simón Bolívar en un potrero lleno de casas


En el marco del bicentenario fuimos al barrio Simón Bolívar en el noroccidente de Bogotá  que limita con los barrio San Fernando y La Libertad. Está ubicada en la Localidad de Barrios Unidos en la carrera 52 con calle 78A. Este fue un informe para la revista de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Pontificia Universidad Javeriana -Directo Bogotá- dirigida por Maryluz Vallejo.

Simón Bolívar
Imagen tomada de "Biografías y vidas"

Los pasos que dio Simón Bolívar para libertar naciones hoy no están muy presentes en la memoria de los habitantes del barrio que lleva su nombre en el noroccidente de Bogotá. Las anécdotas aparecen, los rumores inevitablemente surgen, las voces intentan crear una propia versión de lo que pudo ser, pero de lo que no se tiene conciencia alguna. En los trazos que intentan escribir la Bogotá de antaño, el barrio que tiene la carga de un héroe de la patria se pierde en medio de una descripción superficial. ¿En dónde radica entonces su importancia histórica?
Algunas manos arrugadas baten los dados que caerán sobre la mesa ubicada en el centro de la junta comunal del barrio. Los martes el ‘galludo’, el bingo, la canastita con pancitos calientes y el café colombiano son parte de la vida de las ancianas del Simón Bolívar. Dos mujeres intentan reconstruir la historia de su barrio. Gladis afirma que el barrio tuvo su nombre porque “fue fundado el 20 de Julio y no encontraron otro nombre pa’ ponerle sino Simón Bolívar”. Georgina añade que “al que se le debe la fundación nació en caracas en un potrero lleno de vacas, vivió en la quinta de alejandrino en Santa Marta, y murió en el año no me acuerdo”.  
Gladis celebra, ganó la ronda de galludo, plática contante y sonante para ahorrar y comprarse alguito. A las cinco de la tarde se acaba la reunión y los miedos por la inseguridad del sector provocan la velocidad de los pies de las ancianas. Aseguran que “después de las cinco esto se pone caliente, hay mucha inseguridad, mucho alcoholismo y la policía ni se aparece”. Gladis afirma sonriente y con ironía que prefiere irse a rezar el santo rosario que quedarse en la calle, aunque Georgina la contraria diciéndole que ni siquiera se sabe los gozosos, que si acaso los dolorosos.
El barrio que surgió como invasión hoy cuenta con todo para seguir creciendo. Una costeña que llegó hace cuarenta años al barrio asegura que “nosotros aquí lo tenemos todo” y añade que “no tenemos que envidiarle nada a las ricachonas del norte”.
Los grandes problemas del sector hoy son de inseguridad, la peluquera del barrio dice que todos saben quienes son pero que prefieren quedarse callados para evitarse problemas. “Una vez pillé a uno de ellos robándome en la peluquería, llamé a la policía, llegaron a los quince minutos, el tipo ya me había convencido de quedarme callada si quería vivir […] entonces uno aquí ya sabe como es la vuelta”.
San Fernando y la libertad están cerca, cuando los parques del barrio están llenos los niños y estudiantes prefieren ir allá. Mauricio, estudiante de séptimo afirma que prefiere jugar en otros parques, porque desde que pasaron el monumento de libertador al parque en la noche se oyen ruidos raros y ya la gente empezó a decir que “el señor ese se aparece y lo asusta a uno”.
El barrio Simón Bolívar es un homenaje al libertador de cinco naciones y aunque Gladis lo dude al asegurar que “vaya a uno a saber si fue verdad, a uno le meten carreta en el colegio y uno se la traga enterita” si es una importante figura de independencia y de ruptura de la tradición.




Corabastos: Legión de hambre


 
Corabastos. Imagen tomada de www.elespectador.com
 
Desde las tres de la mañana Martha –vendedora ambulante en Corabastos- acomoda sus dos puestos de venta de ropa deportiva, formal y de chalecos en el sector de carga de camiones que se dirigen a municipios de Cundinamarca. Ella paga por su rinconcito $70.000 de impuesto. Además tiene otro espacio al interior de la central. “Eso allá dentro no entra ni un alma, pero pues entre o no gente a uno aquí le cobran sus impuesticos, y súmele lo que hay que pagarle a la administración. […] Aquí no trabaja uno si no tiene plata”. Afirma con tristeza la vendedora.

En la esquina donde se encuentra el casino, una bicicleta adecuada para la venta de arepas y comida rápida llama la atención. Allí está Yolanda quien a pesar de no estar en un espacio cerrado debe pagar $150.000 por dejar guardando su implemento de trabajo en esta central de alimentos del occidente Bogotano. Esta mujer con acento marcado invita a los transeúntes a deleitarse con su  arepita e’ huevo, el tinto, el perico y su sazón. Está desde las tres de la mañana en Corabastos, vive en Kennedy, se viene en bicicleta todos los días. Trabaja incansablemente para mantener a sus tres hijos, quienes aguardan impacientes en casa la hora en que su madre llegue para que les dé el almuercito.

Pedro es un tendero de la zona norte de Bogotá. Madruga en su camioneta a comprar el surtido de su negocio “aquí es más barato y así uno puede ganar más. Hay que hacerse la maña”. Lleva bultos de papa, yuca, cebolla y todo lo necesario para satisfacer las necesidades de los acomodados ciudadanos de ese sector de la ciudad.

Marta, Yolanda y Pedro tienen en común la dependencia por la central de Abastos más importante del país. Cada uno de ellos tiene la madrugada y la mañana como fieles amigos. Han visto en este lugar lo que para otros mortales es asombroso y rechazado: Drogas al por mayor y por unidad. Disputas por la mejor ubicación dentro de la comarca. Saben que cuentan con pocos uniformados que sirven en seguridad, en el tránsito, en bajar los ánimos a los enaltecidos coteros que riñen por aparentes tonterías. “se pelean porque uno se movió aquí, porque le robó al otro la carga, por todo” afirma Carlos -celador desde hace tres años en Corabastos- quien ha tenido que soportar los altercados entre los rudos hombres que asechan el lugar. La inseguridad es altísima. Sobre todo en la madrugada donde ladrones aprovechan la oscuridad para despojar de sus pertenencias a trabajadores y visitantes, para robar parte de la cosecha que llega en camiones provenientes de todo el país.

Este espacio del occidente de la capital sirve de alimento para algunas vidas solitarias, para madres solteras, para trabajadores incansables, para vivaces personalidades. Más que una central de alimentos, Corabastos es la central del hambre. Hambre de vida, hambre de oportunidades. 











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